El inicio de la pandemia causada por el coronavirus ha situado a las autoridades en la tesitura de decretar el Estado de alarma lo cual ha implicado la restricción de derechos y una situación de confinamiento que se viene alargando desde hace más de dos meses. La posibilidad cierta de enfermar y morir, junto con la exigencia de un distanciamiento social por la posibilidad de ser contagiado o de contagiar -lo que convierte al otro y a cada uno en un potencial infectado- causan una modificación de los lazos sociales que sumen a los ciudadanos en el desconcierto y la angustia. Por otra parte, la imposibilidad de acudir al trabajo o su pérdida han aumentado la pobreza y la exclusión. Se avizora una de las peores crisis económicas, mayor aún que la del 2008.
Si bien en estos momentos se ha iniciado el desconfinamiento nada hace prever que este sea sencillo y no implique retrocesos. La incertidumbre sostenida y globalizada es otro de los sentimientos que golpea los cuerpos dada la dificultad con la que se encuentran las palabras para dar un sentido creíble a la situación. La apuesta de la humanidad está colocada en que la ciencia encuentre rápido una vacuna y un tratamiento que haga esquivar el ataque del virus. Pero los tiempos subjetivos no coinciden con los de la ciencia. Hay que esperar más de lo deseable.
En este contexto surgen voces que vaticinan un mundo posterior a la pandemia muy diferente al actual. Autores como Zizek piensan que el virus ha colocado una bomba en la línea de flotación del capitalismo, cuestión nada clara y por ello central a pensar. Por su lado, Naomi Klein estima que los defensores de un mundo absolutamente ciber, donde ya no serían necesarios ni los cuerpos ni la presencia, están encontrando su oportunidad de oro. Atentos a lo que sucede en la educación y en la medicina donde esta idea cobra máxima fuerza. Y en el teletrabajo. No perder el hilo tampoco de lo que los estados de alarma/excepción han mostrado a los amantes del control de las poblaciones: es posible imponer el seguimiento de las personas a través de los teléfonos móviles en aras de acabar con la pandemia: ¿un totalitarismo en ciernes? A su vez, el atentado al planeta por la voracidad del “siempre más” podría estar en el origen de la situación que vivimos.
Todas estas cuestiones, que introducen nuevas formas de malestar en la cultura, se enmarcan en la inquietud por el por-venir y en este significante recién nacido “nueva normalidad” que, como un mantra, escuchamos todos los días salir de las pantallas. Si afinamos el oído y lo aislamos del sentido común que se le quiere imponer, podremos escuchar su tinte siniestro.
Surgen la preguntas; ¿qué es lo por-venir?, ¿qué es lo “nuevo” que se anuncia? ¿qué se pretende “normalizar”?.
Mantengamoslas abiertas.