Terapia de pareja: ¿Crees en el Amor?

En Terapia de pareja nos hacemos la siguiente pregunta para hacer una reflexión: ¿Crees en el amor?

La cancelación de la culturaquerría eliminar ciertas referencias imaginarias que permite decir a los niños lo que no se puede nombrar sobre el horror.

Si el beso del Príncipe Azul ya no puede ser inscrito, desde que La Bella Durmiente o Blanca Nieves ha sido dormida por un hechizo y por lo tanto no pueden dar su consentimiento, la malvada bruja o la madrastra que estragan, no están excluidas de la transmisión cultural. Adiós a los sueños de las jovencitas.

El Príncipe Azul no se podrá despertar nunca más. Solo la madre podrá continuar produciéndote estragos.

Todo lo que tenías que hacer era dejar un contrato, firmado por ti, estipulando tu salud perfecta y tu no-vulnerabilidad.

Dicho esto, cuando estés de acuerdo en comerte la manzana envenenada, ¿estabas en perfecta salud?

Te has fiado de la bruja malvada, esta madre que te ha conmovido con su bondad aparente. ¿Tenías todas tus facultades puestas en no ver, bajo esta gran bondad, la inefable bruja?

Cuando el real ya no está velado por las ficciones de la cultura popular, es la gran caída en el horror. ¡Este es el principio de realidad!

¿Qué velo puede estar por venir? Después del padre, lo que quedó es lo peor.

Así que, démonos un poco más, recuperemos algo de cultura, y volvamos a Lacan: pasemos de “cancelar la cultura” a “Lacan es cultura”.

Por eso, no hay razón para creer en el amor con Lacan, excepto si es para devolverle su dignidad. La de la transferencia, por supuesto.

En su Seminario Encore, a propósito de la sexualidad femenina, Lacan le da una nueva dimensión al amor e indica que todo amor tiende a ser contingente (parar de no ser escrito), pasar a la necesidad (no parar de ser escrito), y esto es lo que crea su drama.

El drama del amor es creer en esta ilusión, que la relación sexual puede cesar de no ser escrita, gracias a un encuentro.

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Terapia de pareja: realidad vs cultura popular

Por un momento, hay una la ilusión, a través de los efectos que resultan del encuentro, que la relación sexual puede ser escrita, es un momento de pura contingencia, esa del encuentro entre dos parteners.

Esto, sin embargo, solo puede ser fallido. El amor, cogiendo el lugar de la ficción, hace posible evitar la inexistencia de la escritura de la relación sexual entre los sexos.

Hay, de hecho, dos exilios que se encuentran, por medio de una contingencia. Y el amor trata de poner un velo sobre esta contingencia, para transmutarlo en necesidad.

Cuando se levanta el velo del amor, el drama emerge: entre los seres humanos, cada uno esta exiliado de la relación sexual, y para cada uno la necesidad es la de su síntoma.

El sujeto, de hecho, lleva consigo mismo una falta de origen, esa de su exilio de la relación sexual.

Ese exilio lo llena mediante las identificaciones: “La identificación sexual viene a ocupar el lugar de la relación sexual que no existe, la que ocupa el lugar de la falta señalada por el acrónimo $.”

Lacan en su Seminario “…o peor”, hace la siguiente pregunta “¿Qué es la necesidad?” a lo que responde “diseñar […] nuestro bricolaje de día-a-día […], repitiéndolo, mediante la repetición sin descanso de este bricolaje. Esto es lo que se llama […] el síntoma”.

Lacan va a indicarnos que la inexistencia que yace bajo el principio del síntoma es el de la verdad.

Es, entonces, en el principio de la “suposición de la inexistencia” que una necesidad se inscribe.

Esta suposición de inexistencia es la de la relación sexual que no puede escribirse, el real que el sujeto confronta produciendo la necesidad del síntoma como la escritura de un goce.

El síntoma es una necesidad, una escritura que no cesa, un bricolaje en la cara del encuentro con la inexistencia de la relación entre los sexos. No cesa de escribirse en el encuentro con el otro.

Esta necesidad del síntoma orienta al sujeto al analista: “es suficiente…es más fuerte que yo”, porque el goce está en juego, no deja de escribirse, empuja la búsqueda de un saber sobre lo que pasa en el cuerpo.

La necesidad del síntoma y el saber están, entonces, vinculados; hay un saber desconocido que no cesa de escribirse en el cuerpo a través del síntoma.

Puede que no haya necesidad de amar a tu vecino, pero es necesario analizarse y en última instancia arreglártelas con tu propio exilio del saber.

Las ficciones de los cuentos de hadas, igual que las novelas, suavizan el exilio.

No hay saber, sino ficciones, una mano extendida desde el Otro para salvaguardarnos del horror de la no-relación entre los sexos mientras se espera la escritura de un bricolaje sintomático.

Parafraseando a Jaques-Alain Miller en su vídeoconferencia reciente con los colegas rusos del Campo Freudiano en ocasión de su revisión internacional: “Si borramos las diferencias entre el niño y el adulto, lo que ponemos en cuestión son los cimientos mismos de la democracia”.

ChristineMaugin                                                                                                      

Psicoanalista

Psicoanalistas Madrid

2ª Parte: TERAPIA DE PAREJA & el invento de la pareja

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En la Terapia de pareja 1ª parte de este artículo hablamos sobre todo del Deseo, sus visicitudes, su relación con el Otro, y cómo nos afecta a nuestra relación de pareja.

Pero hay otra cosa que no es el deseo.

El Goce – en la Terapia de pareja

Hay goce y a este nivel uno no puede reconocerse a si mismo. Aquí es mucho más complicado reconocerse, porque entre otras cosas, no nos gusta nada que así sea, aunque es, querámoslo o no.

A nivel de Goce no hay pareja humana. A este nivel uno no tiene una pareja humana que sea del otro sexo o del mismo.

Ahí hay una demanda incesante (exigencia) que en términos de Freud se llama pulsión.

Una demanda que no se sacia como la sed, que no se satisface como el hambre, un imperativo, demanda absoluta, que no puede ser expresada en palabras, pero que es insaciable, siempre quiere más, no conoce limites, ni se termina nunca.

Esta demanda no tiene cara, ni cabeza, es acéfala.

Tampoco se aferra a la persona del otro, solo busca satisfacción en sí misma, para cerrar el bucle en si mismo mediante algo que permita al cuerpo disfrutarse a sí mismo.

Es autoerótica, y reina en el reino de uno mismo con uno mismo, su cuerpo y/o los objetos de goce que cada uno elija.

Este algo que la pulsión necesita, y que si no hay ansiedad, fue reconocido por Freud, primero en diferentes partes del cuerpo, pero también se dio cuenta de que estas partes del cuerpo eran reemplazables por señuelos, por semblantes.

¿Y qué es este señuelo?. Es el pequeño trozo de tela del que el niño no puede prescindir para quedarse dormido, y que misteriosamente le calma.

Aunque también puede ser el objeto artístico más elaborado, o el objeto tecnológico más novedoso, y así es para cada pareja esencial.

Pero no es humano. Es inhumano, o mejor dicho a-humano y no te lleva directamente a tu pareja sexual.

Es bizarro, sin duda, pero eso es lo que Freud descubrió, y lo que retomamos en el psicoanálisis más actual: que esta la cara del deseo y la cara del goce y que estas dos caras no encajan naturalmente.

Hay un abismo, una grieta entre las dos. El erotismo, como dicen, no es una sola pieza. Esta dividido.

Sobre las palabras de Jacques-Alain Miller

1ª Parte: TERAPIA DE PAREJA & el invento de la pareja

En la Terapia de pareja, cuando vas a tener una entrevista con un psicoanalista, te vas a encontrar con un partener, una pareja (una nueva pareja que no habías tenido antes en tu vida, y con quien vas a jugar una nueva partida.

Así que, para que esta nueva parte se de, los dos tenéis que estar allí en persona.

No es necesario que estés con tu pareja para terapia de pareja en el psicoanálisis, ya que se da una nueva pareja, la que haces con tu psicoanalista.

La partida se juega solamente en el discurso. ¿Pero por qué?. ¿Por qué uno, o una, añade esta parte, y este partener, esta pareja del discurso, a su vida para ser jugada, este interlocutor suplementario, que además debemos confesar que habla tan poco?

Terapia de pareja – Psicoanálisis

Uno, o una, lo hace cuando no consigue encontrarse por ahí a sí mismo con  parteners, con parejas, en su vida. Es en ese momento cuando se busca la ayuda de  la terapia de pareja.

Por supuesto, sería mucho más fácil si existiera el instinto sexual.

Si existiera el instinto sexual en el espacio humano, entonces no existiría el psicoanálisis, y ni mucho menos terapia de pareja, ni haría falta, porque no nos haríamos ninguna pregunta.

Esto es así porque entonces habría una fuerza ciega y muda que nos guiaría y nos acercaría a la pareja que tendrías que tener, el tipo de pareja, la pareja estándar, la que te corresponde.

Bien, eso sería seguramente lo ideal. Además, es probablemente la idea, o el ideal que uno puede tener respecto a la sexualidad de los animales.

No hace falta ser psicoanalista para saber que no es así como sucede en el espacio humano. La sexualidad humana no pasa por el instinto.

El ser humano no se dirige derecho a su pareja. Sino que tiene que pasar por todo un laberinto, marañas, un auténtico palacio de espejismos e impases, donde su sexualidad está fragmentada, es problemática, contradictoria, y al final podemos decir, dolorosa.

No hay instinto, hay funciones mucho más complicadas: hay deseo, goce, amor.

Y encima de todo eso no acuerda, no armoniza, no converge en la pareja que sería la buena, de la que uno tendría la certeza de que es la buena.

Esa buena pareja con la que la terapia de pareja no tendría ni que ser concebida.

Terapia de Pareja – Primer deseo

Primero deseo. El deseo no es un instinto, porque el instinto sabe, aún cuando este conocimiento permanece opaco. El instinto siempre dice lo mismo silenciosamente.

El deseo, por el contrario, no sabe, siempre está ligado a otra cuestión, otra pregunta, es él mismo una pregunta:

¿A quién deseo realmente? ¿es mi deseo verdadero? ¿mi deseo es bueno o malo, es dañino, está prohibido? ¿Es lo que cero que es mi deseo, y no una ilusión?.

Y esta cuestión acerca del deseo puede llevarnos a la perplejidad, a la inmovilización. Así pues, el deseo no sabe. Por supuesto si hay demanda. Lo que demando creo que es lo que deseo, pero ¿es lo que verdaderamente deseo?.

Para distinguirlo del deseo, el deseo no es constante, no es invariable, pero si puede decirse así, es intermitente, viene y va.

Circula, algunas veces se dispersa. Aquí hay algo, alguien a quien realmente deseo. Lo consigo.

Y de repente, en el momento en el que se ofrece a mi goce, cuando solo tendría que disfrutarlo, el deseo se eclipsa.

Pero, si consigo disfrutarlo, ¿es cada vez mejor? Resulta que cada vez que disfruto algo o  alguien, lo disfruto menos. Lo que he disfrutado pierde valor. Y mi deseo disminuye.

Mare Magnum
Mix Media
Mila R. Haynes

Aunque mi deseo sea intenso, esta intensidad no da ninguna garantía permanente, ni a mi ni a ningún otro, porque, como tantas veces lo vemos en sesiones de psicoanálisis y en terapia de pareja, el deseo puede estar desplazado o desvanecerse o disminuir con el tiempo.

El deseo no es solo mío. El instinto si lo es.

Se supone que está inscrito en mi naturaleza, que funciona automáticamente. Pero este no es el caso del deseo.

El deseo depende de las circunstancias, de la situación y más que nada del Otro al que se dirige.

Mi deseo está vinculado al deseo del Otro de muchas maneras. Mi deseo puede ser el eco del deseo del Otro.

Es necesario que el Otro desee para que yo desee de vuelta. Entonces miro buscando los signos de su deseo para poder desear.

Esto puede entenderse como que deseo lo que el Otro desea, para que me confirme lo que desea.

Pero esto también puede ser como decir que tengo que desear algo diferente de lo que el Otro desea para que mi deseo sea mío para mi, para ser yo mismo. Para que así no me esfume en su deseo.

Este deseo para el Otro que me solicita, me incita, quiere algo de mi que perturba mi rutina. También puedo odiarlo, desear exterminarlo, aborrecer sus manifestaciones, eliminar sus señales.

Hay sin embargo otra cosa que puedo encontrar en el deseo del Otro, una brújula del mío, este será el que pone un obstáculo, un límite, una ley, que prohíbe el deseo.

Es el que dice esto no tiene que ser deseado. Se donde está lo deseable. Se, entonces, eso que es deseable es lo que me culpabiliza, eso a lo que uno no tiene derecho, lo que es prohibido.

Principales Conclusiones

Todas estos impases posibles se juegan de nuevo, consciente o inconscientemente,  en la nueva partida con esta nueva pareja, con el psicoanalista en las sesiones cuando buscas terapia de pareja, o por las dificultades por las que puedas estar pasando con tu pareja.

Por supuesto, puedo dar ejemplos, pero no voy a dar ninguno.

Eres tú quien los da porque creo que cualquiera puede reconocerse en lo que digo aquí en algún momento u otro, de una u otra manera, o reconocer ahí a sus vecinos o parejas.

Pero sí, en estas descripciones, aunque sean de por sí evocadoras, uno puede reconocerse a sí mismo y a otros, precisamente porque el deseo es un lazo, una relación ultra-sensible con la señal del Otro.

Porque el deseo pasa de uno a otro, se comunica, invertido. Y es también el espejo de las alondras, o sea que es engañoso.